martes, 18 de octubre de 2016

Un mago de Terramar - Ursula K. Le Guin


Hoy puedo confirmar con seguridad lo que aventuré en la reseña de Un pescador del mar interior: cuando leí Un mago de Terramar (publicado originalmente en 1968) no era el momento adecuado. Ya comenté en dicha entrada lo que opino de Ursula K. Le Guin, es un grandísimo referente para mí. Hace poco, al llegar a casa, no se me ocurría qué hacer hasta dormir y casualmente tenía bastante a mano dicho libro. En vista de la iniciativa Leo Autoras Octubre del interesante proyecto La Nave Invisible (quienes tratan de dar visibilidad a las autoras), me propuse darle otra oportunidad a la saga de Terramar, empezando por releer los primeros títulos. [El mapa es de la web de Ursula K. Le Guin]

En el archipiélago de Terramar, un mundo en el que la magia es habitual aunque solo algunas personas sean capaces de utilizarla (los magos, quienes apelan al nombre verdadero de las cosas para dominarlas); un joven descubrirá que posee el don y deberá abandonar su hogar para aprender a controlarlo.

Uno de los principales motivos que me han permitido una inmersión profunda en la lectura es su tono; y estoy convencido de que fue una de las características que me echó para atrás en su momento. A menudo emplea recursos que envuelven la narración de un indiscutible aire de relato oral, insertando las aventuras de Ged en una cierta épica, como si fuera una leyenda real de Terramar (y aunque pueda parecer una tontería nunca me ha gustado demasiado la sonoridad de Gavilán y Ged en castellano).

Sin embargo, la historia que se narra, aunque sea más bien sencilla, se aleja de las grandes gestas y aventuras del género -y sobre todo de la grandilocuencia- para dar lugar a un relato más intimista. Aquí quien importa es Ged, él y su lucha interior por llegar a convertirse en el gran mago que todos sabemos que será. Y la lucha no se debe a un conflicto entre el Bien y el Mal como en la fantasía de Tolkien, si no a la necesidad de hallar un equilibrio profundo y sustancial entre los distintos aspectos de la vida y la naturaleza. 

Creo que en su momento leí con cierta prisa los viajes en barco de Ged, sobre todo en la parte final del libro, durante su huida, y eso no me permitió disfrutar todo lo que ofrece la novela. En esta relectura ningún pasaje se me ha hecho especialmente pesado, al contrario, a veces parece que la autora quiera sobrepasar algunos aspectos demasiado rápido para llegar a donde quiere; pero en definitiva deja un ritmo muy ágil, aunque en ocasiones también deje con ganas de más.

Otra de las cosas que más me han gustado de la voz narrativa es el cariño por el mundo y los personajes que lo pueblan. Sin llegar a adentrarse demasiado en la psicología de personajes secundarios (a veces ni siquiera en la del protagonista), las peripecias elegidas siempre retratan formas de vida distintas, alejadas entre sí, y sus costumbres se describen con una delicadeza asombrosa que te sumerge en su mundo sin apenas darte cuenta. Además, pese a lo poco esbozados que quedan, personajes como Ogion, Algarrobo, Milenrama o el irritante Jaspe resultan de lo más creíbles; y los tres primeros ensalzan valores indispensables en la obra como la sabiduría o la bondad.

Por último, un detalle que señala la propia autora en el prólogo de la edición que he leído esta vez (y es habitual en otras de sus obras): Ged no es un hombre blanco. Es curioso como esto no queda definido hasta avanzadas unas cuantas páginas, cuando se comparan lugareños de otras zonas del archipiélago y sus distintos tonos morenos de piel. Otra muestra más de que el libro en su momento de publicación era todo un golpe sobre la mesa respecto a convenciones del género fantástico y ficción en general.

En realidad, pese a que lo que comento en la introducción creo que es cierto (la adecuación del momento de lectura), el hecho de releer el libro creo que ha hecho que mi valoración también fuera más positiva hoy en día. Después de todo, ya sabemos lo que va a pasar en los cuentos que pedimos a nuestros padres que nos lean, conocemos las diferentes fases por las que pasan los protagonistas, y aun así queremos seguir escuchándolos; por muy previsibles e imperfectos que sean.

Algo así sucede con Un mago de Terrarmar, yo ya sabía que Ged mete la pata debido a su arrogancia, y que la magia y su poder, lo que más valoraba de sí mismo, es lo que provoca que deba huir de todo... pero volver al relato era tan emocionante como descubrir un nuevo nombre verdadero en la torre Solitaria y tan agradable como oír el rumor de las olas rompiendo en las orillas de Gont.

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